lunes, 16 de julio de 2007

SER PERSONA

Me ha pedido la Hermana Mayor que escriba un artículo para el boletín. Confieso que hubiera preferido un cariñoso sablazo para alguno de los numerosos proyectos que tiene la Hermandad. Pero ella quiere que escriba y hoy no me siento capaz de decirle que no. Porque hoy es un día muy especial, es Viernes de Dolores, un ir y venir de gente, víspera de ilusión, una jornada llena de manifestaciones de religiosidad popular, un derroche de primavera… Ya noche cerrada, solo en la soledad de mi casa, he pensado que no voy a esperar. El día ha sido intenso y me ha deparado una nueva y magnífica experiencia: por primera vez he subido al Cerro de San Cristóbal. Un trocito precioso de la historia y la fe de Almería subía hasta allá arriba para encontrarse con la ciudad, allí donde toda ella se domina fácilmente. No era sólo una hermosa estampa la de esta dolorosa, su manto negro, su austeridad servita… La Virgen de los Dolores nos invitaba a acompañarla, a seguir su estela, a recorrer el camino. Un camino que no es fácil, en no pocas ocasiones se torna muy empinado y necesitamos ayuda. Pero María vela por nosotros, nos toma de la mano y guía nuestros pasos hacia Cristo, el más grande Amor.

A veces pienso que las cofradías son algo tan nuestro porque son como la vida. Todo el ritual con que adornan sus imágenes y acompasan sus actos es como un trasunto de los diferentes momentos de nuestra existencia. Como flashes que captan fotos fijas de instantes aislados: la alegría, la angustia, la esperanza, la muerte, la misericordia, el perdón, el abandono, la pena… el amor y el dolor.

Al finalizar este día, la gran víspera de la gran Semana, en el que el cansancio ya hace acto de presencia, al llegar a casa he visto un fragmento de un programa de televisión. Dos personas con graves problemas de salud contaban su propia experiencia, la historia de su lucha, de la incomprensión de tantas personas hacia ellas, de la conciencia de sus limitaciones físicas, de su búsqueda, de su mutuo amor. Una gran lección de vida, una constante tarea de superación personal y asistencia entre seres humanos.

Cómo se inflama nuestra alma, cómo todo se ve con otros ojos al contemplar ejemplos tan elevados. Parece que quisiéramos ser mejores, pasar por encima de todas nuestras debilidades, trabajar de verdad para ayudar a los demás. En esos instantes tenemos abierto el corazón a Dios, al misterio. Pero qué poco nos dura ese sentimiento tan noble. Con cuánta facilidad volvemos a la rutina de nuestro egoísmo y a estar pendientes sólo de nosotros mismos. Por cualquier cosita, una minucia, la más pequeña tontería… se nos olvida la luz que llevamos dentro, ésa que es reflejo de la Luz con mayúsculas. Ya no pensamos en luchar, ni en mirar al frente, en vivir cada día intentando mejorar un poquito, en ayudar a otros, en ofrecer una sonrisa, en dialogar. Todo se troca en nuestro interior y aparece el orgullo, la inseguridad, la ira, la culpa… Nuestros deseos y temores retoman el gobierno de nuestro ánimo, y apenas permiten a los pensamientos positivos afluir como bálsamo para serenar el alma, para ver la realidad -nos guste o no- y afrontarla. En esos momentos olvidamos a Cristo, no nos gusta, ya no queremos saber nada de su Amor. Y nos sumimos en la zozobra, una especie de oscuridad con la tristeza de quien no recuerda que el Amor más grande se hizo carne por nosotros, del mismo barro que nosotros, exactamente igual, y predicó e hizo milagros, perdonó los pecados, tuvo miedo orando entre olivos, murió por nuestra redención y al tercer día resucitó.

La Virgen caminante –como la Soledad que sube al Cerro de San Cristóbal, como la mujer del carpintero que lloró junto a la Cruz aquel primer Viernes Santo- nos invita a seguir un camino, una senda de crecimiento interior, de desarrollo de la personalidad, nos empuja a madurar y a superar esos lastres que dificultan y muchas veces impiden una convivencia verdaderamente humana.

Seguir a María por nuestras calles es para mí una invitación para mejorar en mi vida, para ser mejor persona, o quizás, más exactamente, para ser persona. El próximo 22 de julio seguiremos a Ntra. Sra. del Carmen en su procesión de gloria por las calles de Almería. Aprendamos de su presencia, de sus palabras, de sus silencios. Acordémonos de sus pasos siguiendo a Jesús, asistiéndolo, acompañándolo hasta el último momento. El culto de la Iglesia Católica y la religiosidad del pueblo la presentan con su Hijo en brazos, nos lo ofrece a todos porque es lo más preciado, porque es la Luz del Mundo y de los hombres. Hermosa, rodeada del cariño de sus hermanos y la devoción de tantos fieles, la Reina de las Huertas irá como quien va delante, en cabeza del grupo, señalando el camino.

Guillermo Méndez Sánchez
30 de marzo de 2007