lunes, 16 de julio de 2007

LA IGLESIA HACE PALPABLE EL AMOR DE DIOS

Dice el Papa Benedicto XVI, en su Carta Encíclica “Deus Charitas est”: “El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones: desde la comunidad local a la Iglesia particular, hasta abarcar a la Iglesia universal en su totalidad. También la Iglesia en cuanto comunidad ha de poner en práctica el amor.”(nº 20) y añade después: “Para la Iglesia, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que también se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia” (nº 25).


Ciertamente ser iglesia es ser la comunidad del amor. Los primeros cristianos fueron identificados como la comunidad del amor “¡Mirad como se aman!” San Pablo dice que puede dar el mejor mensaje, dar las mejores limosnas, y aún mas, puede entregar su cuerpo para ser martirizado..., si no tiene amor, nada es. Los primeros padres también resumieron la ley en una sola frase “ama y haz lo que quieras”. Y todo esto es así porque “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito”, porque el fundamento de la iglesia es el amor de Dios, manifestado en Jesucristo.


Ahora bien, sabemos que la palabra amor de tanto usarla se ha vaciado -o se puede estar vaciando- de contenido. Con las palabras pasa lo mismo que con cualquier ser vivo, nacen, tienen un periodo de brillantez, y luego languidecen o expiran, y dejan de tener significado. ¿Qué es decir “La iglesia es la comunidad del amor”?


Decir que la iglesia es la comunidad del amor es decir que es un grupo de hombres y mujeres que en primer lugar aman a Dios; en segundo lugar sirven al mundo y en tercer lugar cuidan al hermano.


Cuando decimos que la visión de la iglesia es “ser la comunidad del amor” estamos diciendo, siguiendo este mandamiento, que la visión de la iglesia “es ser la comunidad que ama a Dios, sirve al mundo y cuida al hermano”


Nuestra relación con Dios es la nota clave para las otras dos relaciones. Dios nos ama primero y nosotros respondemos a El con el amor que El nos ha dado, pero de la única forma que Él quiere que le manifestemos nuestro amor, que es amando a los hermanos, especialmente a los más pobres, en los que Él quiere ser servido. Del fluir de ese amor nace la espiritualidad de la iglesia. De esa espiritualidad nace el servicio al mundo. Si nuestro servicio al mundo no nace del amor de Dios, entonces es obra social, asistencialismo, como la acción solidaria de cualquier ONG. De esa espiritualidad nace, también, nuestro cuidado al hermano. Si nuestro vínculo con el hermano no brota del amor de Dios, entonces no somos mas que un asociación de buenos amigos, pero no una familia de hermanos.


Sustentada en esa relación de amor, la iglesia es enviada a servir al mundo. “Como el Padre me envió, así yo los envío al mundo” (Jn 20,21).


Así como la iglesia corre el riego de estar en el mundo, sin disfrutar antes del amor de Dios, así también corre el riego de querer disfrutar de ese amor, sin salir al mundo. Lo cual es imposible porque el primer indicador de que hemos gustado del amor de Dios es nuestro deseo de servir al mundo.


Servir al mundo es proclamar el evangelio, dando a conocer la buena noticia, invitando a otros a seguir a Jesucristo. Esto es lo que otros no pueden hacer. El mejor servicio que podemos ofrecer al mundo, es evangelizar. Cuando proclamamos el evangelio estamos aliviando la necesidad mas profunda del ser humano, su necesidad de Dios. Servir al mundo es aliviar sus necesidades. Hoy hay necesidades básicas insatisfechas que la iglesia no puede dar la espalda, pues la Iglesia repite a lo largo de la historia la presencia entre los hombres del que pasó haciendo el bien (Hch 10,37), alimentando hambrientos, sanando enfermos...Servir al mundo es aliviar sus necesidades básicas, inmediatas, mas urgentes.


Servir al mundo: ser una señal profética. Si la iglesia no denuncia la corrupción y la injusticia, si la iglesia no denuncia a las mafias económicas y políticas que impiden el shâlom de Dios para el mundo, entonces no le está prestando una ayuda a un mundo, en el que toda esa plaga de injusticias tienen acorralada la fraternidad.


El mandamiento de amar al prójimo, incluye el amor por nosotros mismos, los miembros de la comunidad. “Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1Tim 5:8).Necesitamos cuidarnos unos a otros en medio de una comunidad tan diversa como somos. Necesitamos querernos en la diversidad, que una expresión de la nueva humanidad. Pero la diversidad es tanto una oportunidad para el amor como una amenaza para la unidad. La Iglesia necesita de una caridad interna que consiga el respeto a las diferentes opciones y opiniones, que nos busquen la ruptura sino el enriquecimiento en la pluralidad.

Manuel Antonio Menchón
Vicario Episcopal Delegado Diocesano de Cáritas