lunes, 16 de julio de 2007

CUANDO HABLAMOS DE AMOR ¿DE QUÉ HABLAMOS?

A la búsqueda de la unión de eros y ágape. La palabra amor es de las palabras más utilizadas, cantadas, deseadas de nuestro lenguaje. El amor expresa lo más hondo del nuestro ser humano. Amor es vida, vivimos en la medida que amamos y somos amados. Sin embargo, el amor no deja ser un misterio para el hombre. Hay inflación de utilización de verbo amar, pero cabe preguntarse ¿todo lo que se quiere decir con esa palabra corresponde a lo que verdaderamente es el amor?, ¿el amor puede abarcar, y de hecho abarca, todo lo que a él se le atribuye?, ¿no hablamos de amor cuando tendríamos que decir otra palabra?.

Lo cierto es que el amor abarca ámbitos muy diversos de la vida humana: amor a la patria, a la naturaleza, al trabajo, al ocio, a la familia, padres e hijos, entre esposos, a Dios, al prójimo. De todos estos ámbitos, quizás, el que mejor sirve de ejemplo para visualizar el amor es el que se da entre el hombre y la mujer. El hombre y la mujer se buscan para ser felices, su encuentro en cuerpo y alma busca la plenitud de la existencia de ambos.

El amor se ha identificado a lo largo de la historia y, también hoy se identifica con lo que los antiguos llamaban “eros” – que es el amor de amistad y también el amor de pasión, del éxtasis- un aspecto del amor que no es malo, ni mucho menos. Pero si preguntáramos la opinión pública nos responderá que el amor mirado desde el eros ha sido repudiado por el cristianismo y demonizado por la doctrina moral de la Iglesia, son significativas las palabras de uno de los inspiradores del pensamiento moderno, F. Nietzsche, y que el Papa cita en su Encíclica: el cristianismo dio un veneno al eros, que no le llevó a la muerte pero le hizo degenerar en vicio. “¿Acaso, piensan muchos, la Iglesia no fastidia la vida de la gente negando lo pasional del amor, lo más hermoso de la vida?, ¿es malo gozar?, el eros ¿no forma parte de la naturaleza por qué es malo?.

Pues no es así, a pesar de lo que puedan decir. La Iglesia nunca ha negado la necesidad del eros, lo que si hace la moral de la Iglesia es leer esta dimensión humana natural desde presupuestos que dignifican y elevan al hombre, y se niega a aceptar todo aquello que deshumaniza por mucho que pueda presentarse como camino de liberación.

Benedicto XVI lo expresa con total claridad en Deus Caritas est: “el eros ebrio, indisciplinado no es elevación, éxtasis hacia lo divino, sino caída, degradación del hombre. Resulta así evidente que el eros necesita disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera la más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser” (n. 4).

Y después de todo, ¿cuál es la propuesta cristiana?. El cristianismo supuso una novedad, también en su visión del amor, así el Nuevo Testamento utiliza una palabra nueva para referirse al amor: ágape. El amor es para la nueva fe cristiana entrega, donación de sí hasta las últimas consecuencias; un amor que se ha encarnado en Jesucristo que “nos amó hasta el extremo”, porque “no hay mayor amor que dar las vida por los amigos”.

El amor ágape es descubrimiento del otro, reconocimiento del otro, preocupación por el otro. El ágape no se busca a sí mismo, sino que busca el bien del amado, asumiendo el sacrificio y la renuncia, incluso buscándolas como camino de felicidad para el otro.

El amor entendido desde el ágape es exclusividad, el otro pasa de ser uno más en el universo de lo que conozco a alguien único e irrepetible; cuando un hombre conoce a una mujer ésta es una más entre muchas, sin embargo, con el conocimiento y el afecto esa mujer se va convirtiendo en alguien único irrepetible –esto es lo que la Iglesia llama unidad-, es exclusividad que se expresa, crece y madura en la fidelidad, fidelidad que se construye en la escucha, el respeto, la aceptación y el perdón. Este amor fiel, el amor, tiene vocación de eternidad, es un amor para siempre. El amor lo abarca todo, también el tiempo, por eso cuando quiero a alguien quisiera que fuera para siempre. Y es que el amor es más fuerte que la muerte.

Entonces, ¿se contraponen el eros y el ágape?, podemos preguntarnos. La respuesta la encontramos en el documento pontificio. Si bien es verdad que el amor cristiano se identifica más con el ágape como amor descendente –todo viene de Dios y el amor es un don-, y la cultura no cristiana se identifica con el eros como amor ascendente, es decir, vehemente posesivo; hemos de decir, sin embargo que la verdadera esencia del amor no podríamos encontrarla en el antagonismo de ambos –eros y ágape- que sólo mostrarían una caricatura del amor, sino en el encuentro. El amor pasional se encuentra con el otro y al descubrir el don que significa para uno se va olvidando de sí mismo para pensar en el otro, y ya buscará la felicidad del amado encontrando así su propia felicidad. El Papa lo expresa así: “Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don”.

El amor es un don y nadie se merece el amor del otro. Y ¿cómo podemos dar lo que no tenemos?, sólo yendo a la fuente y esa fuente es el Dios que se ha manifestado en Jesucristo, y que la Iglesia quiere anunciar cada día como respuesta al Amor primero. Por eso para los cristianos de todo lo que existe, lo más grande es el Amor.
Ginés García Beltrán Párroco de S. Sebastián y Consiliario de la Hermandad